Por: Juan F Conde
Cali, P. U. Javeriana, viernes 23 de mayo de 2014
Felipe ha sido uno de mis pupilos de la pajarología,
ya es un experto pajarólogo en el conocimiento de las aves de la región. Lo
conocí en Pichindé cuando tenía como doce años; le gustaron mis cuentos de
duendes, mis escritos y relatos, pero lo que más le gustó de mis aficiones fue
mi fascinación por los pájaros y desde entonces también es pajarólogo. Hoy es
un buen estudiante de Economía de la P. U. Javeriana de Cali y hemos seguido
juntos aprendiendo de pájaros; cada tanto me visita en mi oficina y copio en un
archivo con su nombre las mejores fotografías de las aves que va registrando.
La mamá de Felipe es compañera de trabajo de mi esposa y esa es la relación más
directa y por la cual lo conocí cuando todavía era un niño.
Cuando llegó de estudiante a la universidad me buscó y continuamos nuestra relación compartiendo la afición por los pájaros, y algunas de sus fotografías las he usado para mis artículos y ensayos. En su carrera de Economía está usando los conocimientos de la ornitología para orientar sus trabajos.
Un miércoles, de éstos de mayo de este año de 2014,
vino a mi oficina con el siguiente cuento. Que había visto un nido de
carpinteros, un hueco circular en un tronco de un árbol que todavía permanecía
en pie y le estaba haciendo el seguimiento al nido y a sus ocupantes tomándoles
fotografías. Los pájaros carpinteros abren huecos redondos en los árboles,
sobre todo en árboles muertos o en ramas secas, y allí hacen sus nidos.
Los padres antes de ser derribado el nido
Un día martes fue a ver el nido y el tronco había sido derribado por los jardineros. Seguramente no se percataron de la existencia del nido. La decepción y la rabia de Felipe por este hecho fueron evidentes. Se dolió del hecho y sintió que su registro había quedado truncado por la trozada del tronco con el nido. Grande fue su desazón al ver el tronco en varios pedazos en el suelo y con el corazón arrugado se alejó del sitio.
Como Felipe es deportista y hace entrenamientos de
ejercicios de estiramientos de TRX para algunos estudiantes cerca del sitio
donde estaba el tronco, por el día jueves estando al lado de los pedazos
trozados del árbol del nido volteó uno buscándolo y ¡oh! ¡Sorpresa! en el nido
había sobrevivido un pichón de carpintero, todavía estaba vivo. Su alegría fue
inmensa. -¿Qué hago?-, se preguntó. -Pues me lo llevo con tronco y todo-, esa
fue su decisión.
Tenía clase con el profesor Alexei Arbona, se alzó con el tronco con el pajarito dentro y se fue a su clase. Llegó al salón, se hizo en uno de los puestos de adelante, puso su tronco al lado del pupitre y empezó a escuchar la clase.
El profesor miraba de soslayo el tronco e intrigado
por fin dice: -Ve Felipe, tengo qué saber porqué traés ese tronco al salón-.
Felipe le responde: -Profe, es que en el tronco hay un
nido de carpintero con un pajarito adentro y me lo tuve que traer porque si no
se muere y voy a ver si lo puedo alimentar. Está muy débil porque lleva dos
días sin comer-.
El profesor continuó con cara y actitud de
incredulidad hasta cuando el pajarito empezó a cantar, a hacer su sonido de
carpintero Habado -de nombre científico Melanerpes rubricapillus-, un tamborileo o cascabeleo gutural. El asombro del
profesor fue mayúsculo al escuchar al pajarito y comprobar que era cierto lo que Felipe le decía. No lo
podía creer, ni él ni sus siete compañeros de clase.
Felipe después de clase se lleva en su motocicleta el
gran tronco -como de setenta centímetros de alto y veinticinco centímetros de
diámetro- con el pajarito para su casa y al llegar lo primero que hace es
buscarle comida; sabe que come bichos vivos pero también que le gusta el
banano, le brinda banano y el carpinterito le recibe. Está muy débil pero
acepta comida y si come el carpinterito se puede recuperar, piensa Felipe.
El tronco ahora está en la habitación de Felipe y en
su ventana, que da a la calle, tiene
néctar de azúcar para melíferos y colibríes, y bananos para los frugívoros y
allí le llegan varias especies de pájaros.
Dos días después el carpintero reconoce a Felipe, le acepta comida, lo llama imitando su voz gutural, el carpinterito lo reconoce, sabe que es con él, llega hasta él, le da comida en la mano. Felipe le consigue gusanitos y el pajarito los disfruta pero no es tan fácil conseguir bichos para darle su dieta de proteína.
A la ventana de la habitación de Felipe también llegan
carpinteros habados adultos a comer banano, el juvenil –que es una hembrita por
su cabeza menos pintada que la de los machos- cuando ve con curiosidad a sus
congéneres, se admira, le da susto, y se mete a su nido. Felipe la alimenta y cuando
ya ha comido suficiente la pajarita le dice que no más moviendo su cabeza como
negando, cierra los ojos y no le recibe más.
Dice Felipe que no quiere encariñarse mucho de la
carpinterita, que la quiere marcar por si la pajarita cuando vuele vuelve a su
habitación. Le digo que no es necesario, que de alguna forma siempre se
reconocerán.
Ha pasado una semana y la carpinterita está cada vez
más grande y fuerte pero al parecer le sigue haciendo falta su dieta de
proteína animal para tener la fuerza necesaria para volar. Le sugerí que ante
la dificultad de encontrar bichos para alimentarla le hiciera una papilla de
banano con carne molida, que primero lo hiciera con carne cocida y que si no le
recibía la ensayara con carne cruda también molida. También le recomendé que
tuviera cuidado con los gatos.
Tres meses después…
Hoy
es 27 de agosto. Felipe crió la carpinterita. Empezó a sacarla al parque
contiguo a su apartamento y le enseñó a volar por el parque, pero siempre volvía
donde Felipe, se le paraba en el hombro y la volvía a entrar a su habitación.
La pajarita se fue cogiendo confianza y cada vez Felipe tenía que esperar más tiempo
a que bajara a su hombro. La veía rebuscarse los bichos por sí sola remontando
las ramas de los árboles del parque, hasta que un día no volvió al hombro de
Felipe. Un poco preocupado, con la nostalgia y tristeza de haberla perdido, se
fue sin la carpinterita a su apartamento.
Al
día siguiente volvió al parque y cuando menos pensó tenía la pajarita en el
hombro. Pero ya no la volvió a llevar a su habitación, sin embargo a su ventana
llega casi todos los días a comer banano y a beber de los nectarios para colibríes, porque también aprendió a tomar agua de azúcar. La siguió dejando en el parque. Cada tanto
Felipe va al parque y si la pajarita está cerca vuelve a su hombro. Un papá
para siempre.Fotografías: Felipe Anaya